⚾️ Hay decisiones en la vida que uno no puede postergar…
Y ver un juego de béisbol en vivo es, sin duda, una de ellas.
El
calendario marca abril, los estadios se despiertan, las gorras vuelven a salir
del clóset, y algo se activa en el corazón de todo fanático: la promesa de un
nuevo comienzo. Una temporada más para soñar con victorias imposibles, para
celebrar jonrones que cruzan el cielo y para creer, como cada año, que “este sí
es nuestro año”.
Unos
amigos decidieron manejar 10 horas solo para ver un juego de pelota en Denver.
Salieron de Oklahoma City a las 4:00 a. m., con la esperanza de llegar a
tiempo para el primer lanzamiento —porque, claro, todo fanático sabe que
perderse el primer pitcheo es casi pecado capital. El camino no fue fácil:
lluvia casi todo el trayecto, la carretera completamente desierta (“¡No hemos
visto un alma!”, escribieron), y una oscuridad espesa que hacía parecer que el
mundo dormía… menos ellos. Para colmo, iban engripados. Pero entre estornudos y
congestión, se dijeron: “Seguimos congestionados, pero vamos mejorando… nos
hace falta dormir… hoy lo haremos…” (pero después del juego, imagino yo). Y
así, sin excusas, siguieron adelante. Porque cuando se trata de béisbol, el
compromiso es real… y la pasión también.
El viaje
transcurre entre cafés y carcajadas, recorriendo millas con una mezcla de
emoción, cansancio y esa alegría inexplicable que solo un fanático conoce.
¿Una locura? Puede ser. ¿Una aventura? Sin duda. ¿Valió la pena? Siempre lo
vale. Algunos dirán que es una exageración, pero para quienes amamos el
béisbol, es simplemente una gran idea.
Porque
no se trata solo de ver a tu equipo favorito. Se trata del ritual: la gorra
ajustada, el hot dog en una mano y la esperanza de un jonrón en la otra. Se
trata de gritar cuando la bola vuela por encima del jardín central o cuando hay
una gran atrapada. Se trata de mirar al cielo en la séptima entrada y cantar
con extraños como si fueran viejos amigos.
Un juego no es cualquier juego, es el juego; es ese juego. El primero, el siguiente, el nuevo de la temporada. El que abre la puerta a nuevas oportunidades y a la posibilidad de llegar al playoff y, por qué no, a la Serie Mundial. El que devuelve la esperanza a los que llevan un equipo en el alma (y hay equipos que se tejen en el corazón). Es el juego
que te hace sentir que la vida —por un momento— tiene el ritmo perfecto de una entrada completa: inicio, tensión, emoción… y cierre con ovación de pie.
Sí,
claro, hay quienes no lo entienden.
Te preguntan por qué viajar tanto, por qué el apuro, por qué el riesgo. Está el
tráfico, el cansancio, el regreso tarde.
Y la respuesta siempre es simple: porque el verdadero fanático no lo piensa,
lo vive.
Pero
también está la magia.
Y esa no se vive desde el sofá.
Para
muchos, el béisbol es solo un deporte.
Para nosotros, es una tradición, una historia compartida, una celebración de la
vida.
La vida
pasa rápido. Pero hay momentos que se quedan contigo para siempre.
Y muchos de esos momentos...
Se viven en un estadio.
Porque
el béisbol no es solo un deporte.
Es una razón para vivir intensamente, aunque sea por nueve entradas.
Luis Vicente Garcia