Hoy leo de nuevo el libro El Principito; mi hijo menor está terminando una tarea sobre su
contenido con su bella historia. Y esto ocurre solo a dos meses en que toda la
familia pudo ver la película francesa (hecha con animación en computadora) del
2015 sobre el libro del mismo nombre del año 1943, la cual fue escrita y
dirigida por Mark Osborne. Película realmente fabulosa y con un enfoque
diferente que nos hace pensar, soñar, viajar y conocer ese mundo particular. Sí
es cierto que es una nueva visión un tanto diferente al libro y a las versiones
originales de la película. Pero eso es lo que nos permite hacer la imaginación.
¿De qué se trata el libro? Pues muchos dirían que de El Principito. En realidad se trata de
una historia contada por un piloto quien varado en desierto del Sahara, en una
noche solitaria, tan solo a 1.000 millas de cualquier lugar civilizado, escucha
una voz, la de un niño (o un príncipe) quien le pide un dibujo, el de un
cordero. Una muy linda historia aunque normal dirían algunos; un cuento de
niños dirían otros. Lo vuelvo a leer,
con calma y lo que para mí es una historia fascinante se vuelve en una lectura
que solo termina al finalizar el libro mientras que poco a poco y sin hacerle
la tarea, ayudo a mi hijo a hilar ideas y preparar sus respuestas a unas muy
interesantes interrogantes.
La primera pregunta es hacer una descripción de la
dedicatoria del libro, una bella y transformadora dedicatoria dirigida a un
hombre solitario - quien fue niño alguna vez. Le pregunto a mi hijo: “¿tu lees las dedicatorias de los libros?”;
su respuesta para mí ya es obvia: “sí
papá; siempre leo las dedicatoria de los libros que leo.”
Sigue la tarea y continúan las respuestas que no pueden ser respuestas cerradas sino más bien respuestas que hay que redactar y que lo hacen pensar a uno. Y es que así debe ser la educación, una que permita racionar, pensar, dilucidar. Una que le permita a los niños y jóvenes – y permitirnos a los que ya no lo somos tanto - hacerlo de una manera que además de ello, nos permitan como él me dijo, soñar.
Y para mí de eso se trata el libro El Principito. De soñar y viajar, de vivir en asteroides, de tener un amor tan grande como el que él tenía con su querida rosa (para él la más vanidosa pero la más bella del mundo) y de conocer sus grandes personajes imaginarios. Y como nos dice el autor Antoine de Saint-Exupéry, es un libro dedicado a su amigo de la infancia, Leon Werth, cuando era niño!
Al final del libro cuando el autor (¿o será el piloto?) dibuja el paisaje en el cual el Principito apareció por primera vez en el desierto, nos dice “Para mí, éste es el más bello y más triste paisaje del mundo.” Si es verdad que es un paisaje lleno de ilusiones, de creer en lo increíble, de escribir bellas fantasías, el de relatar nuestros sueños. Y nos pide que si viajamos por el África, “si llegáis a pasar por ahí, os ruego, no os apresuréis; esperad un momento, exactamente debajo de la estrella.” Ello lo pide con fervor de que si un niño con cabellos dorados se acerca y ríe y no responda nuestras preguntas, le avisemos pues eso significa que El Principito ha vuelto. Ese es el principito que todos llevamos por dentro; es ese niño que alguna vez fuimos.
No dejemos de ser niños y nunca dejemos de seguir soñando.
Luis Vicente Garcia
Y Seguiremos soñando e inspirando!
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