La batuta de la directora Elisa Vegas nos llevó desde el
llano a las costas orientales, desde lo profundo de Canaima hasta el Lago de
Maracaibo. En cada pieza hubo magia, con cada tono una bella foto y con cada
relato una fabulosa melodía que entre tambores y violines brillaban en el Aula
Magna de la Universidad Central de Venezuela. Diferentes tonalidades se unían
a los ritmos de nuestra geografía, a las tamboras, cuatro y maracas guiadas por la flauta de Luis Julio Toro y nos presentaban paisajes y recuerdos
finamente narrados por Andrea Matthies y que ilustraban el calor, la relevancia
y la música del paisaje venezolano. Y como el arte lo engloba todo, mientras
los instrumentos hacían su recorrido, el maestro Onofre Frías dibujaba con sus
pinceles los acordes e instrumentos que nota a nota nos llevaban por una mágica
velada.
Una dirección dinámica y enérgica fue la que realizaba la
maestra Elisa Vegas a una orquesta que sonaba de una manera majestuosa;
violines, violas, cellos y bajos se unían a los sonidos de una percusión sonora,
con oboes, clarinetes y trompetas que simulaban los caudales del Caroní y nos
paseaban por el Salto Angel. Como directora, Elisa daba vida a una partitura
musical, con su propio estilo y sentido de una música a veces intensa, a veces
tranquila, pero que salía de los instrumentos de unos músicos que siempre tenían
su mirada en los gestos y movimientos de quien los dirigía, ese alguien que
puede traducir su visión en unos sonidos gloriosos.
Pocas son las ocasiones hoy en las que podemos tener esos viajes
extraordinarios, aunque sentados desde una butaca. Esas son las aventuras que
nos permiten apreciar lo valioso del talento venezolano a través de una experiencia
cultural e inolvidable y que nos lleva a presenciar una poesía musical transformadora.
Una de la que puedo decir, nos condujo por una aventura de sonido y emoción que
resultó siendo verdaderamente mágica.
Gracias por permitirnos soñar en esta
gran aventura.
Luis Vicente Garcia
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